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Otro

3 de Septiembre de 2010.- Parece el impacto de un meteorito: De repente, un enorme claro en la jungla, un pozo color rojizo rodeado de montículos de tierra y pilas de árboles derribados.

Pero éste no es un acto de la naturaleza. Es el resultado de la labor de menos de una decena de hombres descalzos que han removido la tierra con mangueras de agua al alta presión y palas, buscando oro y destruyendo un pedazo de la selva tropical.

Los mineros cerca de un pequeño pueblo llamado Nieuw Koffiekamp, al borde del vasto interior selvático de Surinam, planeaban pasarse una semana excavando y filtrando tierra a través de tóxico mercurio. Luego de ello, a otro lugar a empezar el proceso de nuevo.

Juergen Plein, un minero de 29 años, dice que necesita el trabajo, y no conoce otra forma de obtener el metal precioso.

"Yo pienso en ello", dice Plein, casi a gritos sobre el rugido de los generadores, aludiendo al daño que causa el minado. "Pero lo primero es sobrevivir".

Motivados por precios casi récord para el oro, centenares de mineros a pequeña escala están proliferando a lo largo del extremo noreste de Sudamérica. Esos mineros produjeron casi 16,5 toneladas métricas de oro en el 2009, de acuerdo con el gobierno de Surinam.

Están derribando árboles, contaminando arroyos con mercurio y, en algunos lugares, erigiendo pueblos selváticos improvisados con tiendas, prostitutas e iglesias. A su paso queda una tierra baldía, dijo Dominiek Plouvier, Fondo Mundial para la Naturaleza.

"Todo el suelo ha sido sacado, está acabado", dijo Plouvier. "Este ecosistema es muy frágil. Es muy difícil recuperarlo en esas áreas".

Los mineros, muchos de ellos inmigrantes ilegales de Brasil, están dispersados por el norte de la cuenca del Amazonas, ocasionalmente escapando de batidas policiales o del ejército en Venezuela, Guayana Francesa y Guyana. Pero nada parece frenarles en Surinam, un país rico en recursos, con una policía débil.

Se espera que el gobierno que asumió el poder en agosto al menos lidie con el asunto. El vicepresidente Robert Ameerali dijo que tratarán de reducir el uso de mercurio, que es ilegal pero es fácil de conseguir, co el que los mineros separan el oro del mineral del oro.

El asesor de minería Chris Healy dijo que Surinam debería asignar áreas para mineros a pequeña escala y regular sus actividades, proveer entrenamiento y asistencia para adquirir tecnología menos contaminante.

"Usted puede sancionar todas las leyes que quiera", dijo. "Pero no hay nadie que las haga cumplir".

Hay un estimado de 14.000 mineros a pequeña escala y proveedores de servicios en el interior de Surinam, dijo Marieke Heemskerk, asesora y antropóloga que ha monitoreado el minado en el país durante años. El subarrendamiento desenfrenado e irrestricto de concesiones mineras es ilegal, pero es básicamente tolerado por el gobierno. Y genera empleos.

Las minas son tema delicado en Surinam, que ha sido elogiado durante años por ambientalistas por fijar límites a la tala de árboles y establecer reservas naturales en la selva. El oro, enviado a refinerías en Norteamérica y Europa, es uno de los mayores productos de exportación en un país pobre de casi 500.000 habitantes. Es una importante fuente de ingresos para los cimarrones, los descendientes de los esclavos escapados, e indígenas del interior, que ganan dinero proveyendo transporte o vendiendo acceso a sus concesiones de tierras.

En años recientes, la minería a pequeña escala se ha vuelto más destructiva, usando equipo pesado como bulldozers para trabajar más rápidamente o en áreas más remotas y amplias.

En un país con pocas carreteras, es difícil encontrar las minas. Pero desde el aire la cosa es diferente.

Análisis de imágenes de satélite de la tierra excavada y aguas desviadas muestran que los mineros han deforestado al menos 30.000 hectáreas y dañado más de 2.200 kilómetros de ríos en el último decenio, dijo Plouvier. El Fondo estima que la minería es responsable del ingreso al ambiente de 20 toneladas de mercurio, con el consiguiente riesgo para las personas, especialmente en el consumo de pescado.

Algunas partes del país se han vuelto como el Lejano Oeste estadounidense, aunque con vehículos todoterreno y parábolas de TV por satélite.

Periodistas de la Associated Press visitaron un área minera unos 160 kilómetros al sur de Paramaribpo, la capital. El área es solamente accesible por bote, seguido de una dura travesía en un todoterreno por la densa jungla.

En todo el lugar se ven montañas de tierra desplazada y pozos abiertos. En medio de una red de senderos había una suerte de pueblecito de una calle, más bien un puesto en la jungla con simples estructuras de madera.

Había dos mercados, dos iglesias y cuatro bares, adornados con banderitas brasileñas. En la calma de una tarde lluviosa, aburridas prostitutas miran la televisión hasta que regresen sus clientes. Botellas plásticas, latas de cerveza y otra basura está amontonada por todas partes o arde en pilas humeantes.

Inés Aboikonbie, que tiene un bar con su esposo brasileño, dice que el asentamiento de unos 200 mineros probablemente se va a trasladar junto con estos en busca de oro.

Plein, el minero en Nieuw KoffieKamp, es un hombre delgado con una barba hirsuta y rizos estilo rastafari. Dice que la suma que gana su equipo depende de cuánto oro hallan y cuánto combustible usan tratando de encontrarlo. Tal vez 40.000 dólares antes de pagar por el arrendamiento del equipo y dividir los ingresos. Uno de los mayores retos, dice, es encontrar un lugar que explorar en medio de la fiera competencia.

"Es difícil", dice Plein, un cimarrón que creció en ese pueblo de calles polvorientas y casitas de madera. "Pero yo estoy acostumbrado" (TERRA).

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