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Chile

13 de Octubre de 2010.- La monstruosa cobertura de los medios internacionales del rescate de los 33 mineros atrapados en el desierto de Atacama, en el norte de Chile, estaba "deshumanizando" una historia única.

Tan sólo una semana atrás el lugar era completamente diferente: familiares de los mineros se movían serenamente, niños jugaban con disfraces bajo el abrasante calor del mediodía y cada noche distintos funcionarios llegaban para compartir los avances de la operación de rescate.

Pero en los últimos días la zona fue invadida por miles de periodistas de todo el planeta que llegaron con cámaras, cables, micrófonos, vehículos y antenas a la polvorienta calle que lleva a la boca de la mina.

Allí, en el campamento bautizado Esperanza, familiares vivieron más de dos meses de angustia sin saber si volverían a ver a sus seres queridos.

En la medida en que cada día fueron creciendo las esperanzas de un exitoso rescate y todos celebraron la apertura de un ducto por el cual serían sacados de la montaña de roca en la cual estaban sumergidos a 700 metros de profundidad, también creció la cantidad de periodistas.

Pero sucedió algo que no esperaba. Toda la parafernalia quedó congelada en el momento mágico cuando, sorpresivamente, las pantallas de televisión mostraron en vivo y directo, desde el interior de la mina, el momento exacto en que la cápsula de rescate llegó hasta donde los mineros estaban atrapados.

EMOCIONANTE

Fue el momento más emocionante de mi vida profesional.

Ese instante me hizo olvidar del frío, de las noches sin dormir a la espera de que los cuerpos de rescate anunciaran que habían logrado hacer contacto con los mineros, de la escasa comida y de las extenuantes jornadas de trabajo bajo la presión de que es una historia seguida por millones de personas.

Ver al primer socorrista con su traje color naranja salir de la cápsula, en la cual descendió más de 600 metros a través de un ducto, y observar cómo se paraba en pose de superhéroe frente a los 33 mineros fue una escena digna de Hollywood.

A mi alrededor las decenas de periodistas quedaron inmóviles, sin poder quitar los ojos de las pantallas, haciendo caso omiso de los teléfonos que sonaban o de las tareas que se suponían debían hacer en ese momento.

Todo el cinismo y la frialdad con la que muchas veces los periodistas nos vemos forzados a enfrentar nuestro trabajo fue reemplazado por lágrimas y una sensación de estar en un lugar realmente privilegiado en un momento irrepetible.

Segundos después, decenas de camarógrafos se lanzaban sobre los familiares del primer minero rescatado y literalmente hicieron volar la carpa en la que el padre y hermanos de Florencio Avalos habían recibido la noticia de que él ya estaba sano y salvo en la superficie.

Ahí entendí que el mundo no iba a cambiar, el show debía continuar.

Pero nadie va a quitarme esos segundos de magia (Reuters).

Portal Minero

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