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Bolivia

26 de Octubre de 2010.- Para alimentar a sus seis hijos, Francisca Ramírez busca a golpe de martillo residuos de plata, estaño y zinc en la roca sobrante de la mina. Junto a ella, otras 120 'palliris' se esmeran en las faldas del Cerro Rico de Potosí en Bolivia, todo para ganar 1,5 dólares al día.
Francisca permanece sentada varias horas sobre la tierra bajo un inclemente sol y el fuerte viento de los Andes bolivianos, que golpean su rostro. Se protege con un sombrero de paja de ala ancha, una bufanda alrededor del cuello y varias prendas, una sobre otra, para intentar espantar el frío que cala a los más de 4.000 metros a que se encuentra.
"Comenzamos a trabajar a las 7, 8 de la mañana, cualquier hora, y nos quedamos seis horas", dice a la AFP Francisca, de 45 años, una 'palliri', es decir, una buscadora de restos de metal en la roca que los mineros no tratarán.
Sus manos, callosas y llenas de tierra, le han servido para mantener a su prole tras la muerte de su esposo, minero, en un accidente en uno de los socavones del lugar hace diez años.
Con un martillo en mano, Francisca golpea cada trozo de piedra de diferentes tamaños para poder arrancar algún pedazo de mineral del Cerro Rico, un fabuloso yacimiento que se explota desde hace cinco siglos de manera ininterrumpida en el sur de Bolivia.
Esos residuos se obtienen de lo que a los mineros se les va cayendo en el proceso de transporte, cuando salen los vagones de la mina, que caen de las volquetas. Ellas agarran sus rocas, extraen lo que puede tener valor y ese material es luego entregado a 'rescatiris' o rescatadores de mineral. Y ellas sobreviven con esa ganancia marginal, con el sobrante de la actividad de 12.000 mineros que todos los días entran al Cerro Rico de Potosí en busca de plata, estaño y zinc.
"Nadie nos ayuda", afirma Francisca, que responde de manera lacónica y con frases casi entrecortadas cada una de las preguntas. Aunque es muy pobre, la delantera de su dentadura resalta porque está bañada en oro. Es costumbre de los indígenas bolivianos, quechuas y aymaras, los más numerosos del país, gastar lo que se necesario para que en su rostro brille el metal precioso. Es una suerte de señal o mensaje hacia sus pares de que no la ha ido mal en la vida.
La presencia de las 'palliris' está permitida por la estatal Corporación Minera de Bolivia y por las cooperativas privadas que se reparten el Cerro Rico. Su labor incluso data de la época de la colonia española, reproducida generación tras generación. La presencia de las 'palliris' nadie la cuestiona, pues todos recuerdan que ellas, en su mayoría, son viudas de mineros que necesitan sobrevivir.
Muchos mineros han fallecido por un accidente laboral o por el 'mal de mina', como se llama a la silicosis, una enfermedad pulmonar que mata a los varones a los 10 o 15 años de laborar en los socavones.
La ONG privada Cepromin (Centro de Promoción Minera) informó a la AFP d eque "existe un número de 120 'palliris'" en el Cerro Rico de Potosí, aunque "estas cifras varían, pues el trabajo de ellas también es informal y por los precios de los minerales esta cifra puede aumentar o reducirse". Otro informe del Viceministerio de Cooperativas Mineras, de mediados de julio pasado, señala que en toda la minería boliviana, principalmente en los Andes, hay unas 15.000 'palliris'.
Para mejorar las condiciones laborales de las mujeres mineras, el gobierno boliviano estudia ejecutar un plan de "mecanización" por unos 17 millones de dólares. "Se trata de incentivar la mecanización de su actividad; incentivar la producción con equipo y maquinaria no en magnitudes grandes, pero en magnitudes que les pueda significar mayores ingresos y menos sacrificio" manifestó recientemente el viceministro de Cooperativas, Isaac Meneses (AFP).

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